La reciente devaluación que sufriera (y el verbo es pertinente) vino a poner en claro varios aspectos de la economía del país, caídos en el olvido o enturbiados por una serie de años venturosos. Lo primero en advertirse es la latencia permanente de oscuras y poderosas fuerzas económicas (en realidad «los desconocidos de siempre») que anteponen las ganancias de sus empresas a cualquier otro beneficio de orden general. En tal sentido la gran burguesía argentina ha sido siempre fiel a esos principios, especialmente después de verlos refrendados en los años del liberalismo: la prioridad es el crecimiento de las ganancias, no del país. En eso se diferencian radicalmente de sus admiradas similares europeas, que en los tiempos prósperos reinvirtieron en el comercio, la industria y la ciencia de sus países y los llevaron a la cabeza del mundo.
Años de detestables conducciones económicas generaron otra de las actitudes manifestadas estos días: remarcar. Ante la menor amenaza de variaciones significativas en el valor del dólar surge el reflejo condicionado de la remarcación, echando por la borda cualquier publicidad de mejora de precios o acuerdo de estabilidad en los mismos. Esa circunstancia se vio especialmente en quienes forman valores sin intervención alguna de la moneda norteamericana, que llegaron a brutales porcentajes de aumentos que no reconocen otro justificativo que una mezquina prevención. Las actitudes que generaron esos criterios fueron penosas no ya solamente en el aspecto económico sino también en el humano: negocios que retiran los precios de sus vidrieras, sitios de Internet que permanecen en blanco «por reconstrucción», sedicentes carteles anunciando que no hay existencias, reposiciones mínimas en las góndolas de exposición y venta… A esas bajezas se suman las de los propios «formadores de precios», que llegan a modificar anuncios de los envases agregándoles componentes o virtudes inexistentes pero que les permiten variar el precio. En algunos artículos -medicinas especialmente- el timo es más sutil: se vende el mismo producto con distintos envases de menor contenido que los originales, lo que conlleva implícito un aumento.
Pero, al igual que en el popular dicho, parte de la culpa es también de quien le da de comer al cerdo. Sea por agotamiento, por viraje ideológico o por adopción de una política errada el gobierno ha ido cediendo espacios que no debió haber concedido, por pequeños que fueran. Igualmente la cesión de espacios a la derecha representó un triunfo para las fuerzas conservadoras que incubaban el «golpe de mercado». La historia suele ser un buen referente en la repetición de situaciones y allí nomás, al alcance de la mano, estaba el doloroso y claro ejemplo de aquel ministro radical que, en una circunstancia parecida, cuando el alfonsinismo estaba en sus últimos tiempos de mandato en la década del ochenta, «había hablado con el corazón y le respondieron con el bolsillo».
Lo más lamentable es que estos sucesos golpean duramente la esperanza popular, y con estas medidas muchos advierten con desencanto que, lejos de haber salido de los ciclos de sometimiento al poder económico, hoy se vuelve a tener más de lo mismo; un buen ejemplo de ellos es la reaparición de múltiples avisos que instan al asalariado a «ganarle a la inflación».
Mientras tanto, una legión de economistas alineados siempre con el poder económico y que disponen de generosos espacios televisivos, advierte que se vuelve el campo orégano a sus negativas predicciones, siempre listas a justificar los zarpazos que dan los poderosos para apropiarse de los esfuerzos de los que viven de su trabajo.
regionalisimo
LA ARENApoder

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *