Los alimentos interactúan de manera diferente en cada persona; por ello las dietas de moda y universales no son aplicables a todos. Nutrigenómica y nutrigenética son dos palabras “poco familiares” para el común denominador de la gente. Sin embargo, representan a dos ciencias que explican que no existe una dieta universal o válida para todo el mundo. La Dra. Carol Kotliar, directora del Centro de Hipertensión Arterial del Hospital Universitario Austral, explica: “La individualización del plan de alimentación es una tendencia actual muy fundamentada científicamente. Por ejemplo, todos conocemos a algunas personas que comen grandes cantidades de grasas saturadas pero tienen valores normales de colesterol y triglicéridos en sangre, mientras que otros se alimentan siguiendo parámetros saludables y tienen colesterol alto.»
«Por eso, sabemos que los alimentos interaccionan de manera diferente con los genes de cada individuo. Es fundamental no seguir dietas prefabricadas para la población indiscriminadamente, ya que cada persona tiene un patrón único de combinaciones genéticas que pueden llevarlo a interactuar de diferente manera con los componentes de la alimentación”, agrega.
Bajo estas premisas, la posibilidad de conocer los genes “candidatos” a sufrir alteraciones cardiovasculares, obesidad, diabetes y otras enfermedades prevalentes podría cambiar el rumbo de la salud de una persona.
“Tenemos unos 30 mil genes. Con lo cual, la posibilidad de hacer un estudio genético de cada uno de ellos es complicada y resultaría costosísima. Lo que actualmente se puede hacer es definir un panel de genes involucrados en las principales enfermedades vinculadas con la epidemia de obesidad contemporánea que se vive en los países desarrollados, pero que también impacta en áreas carenciadas. Especialmente porque las poblaciones que viven en ellas basan su alimentación en hidratos de carbono y sufren severas falencias de nutrición. Esto, a su vez, impacta sobre la salud a futuro”, comenta la especialista.
Es aquí donde “entran a jugar” la nutrigenómica, que se dedica a analizar el efecto de los nutrientes sobre los genes del individuo, y la nutrigenética, que se ocupa de elaborar las recomendaciones, basándose en la nutrigenómica, de modo de promover una nutrición personalizada.
“Nacemos con un gen determinado que codifica la expresión de una proteína que tiene una función dada, pero la presencia de algunos alimentos puede modificar en más o en menos esa expresión. Es como si tuviéramos la potencialidad de desarrollar uno u otro carácter, y la elección de un nutriente inclinase la balanza de manera diferente en cada persona. Así, por ejemplo, comer con sal o ingerir omega 3 o semillas no tendrá el mismo efecto en todos”, ejemplifica Kotliar.
De hecho, es muy útil reconocer el porcentaje de grasa, músculo y agua de la composición corporal de cada individuo, porque dos personas con igual peso pueden tener riesgos metabólicos muy disímiles, una de ellas con exceso de grasa sobre el músculo y la otra no. Con un estudio rápido se puede diferenciar lo que se esconde en el peso de una persona.
Todo esto implica que el análisis de algunos genes es una estrategia accesible que, no obstante, requeriría una determinación previa del perfil de riesgo de la persona a evaluar. Es decir, el análisis de su historia familiar, sus hábitos y sus antecedentes clínicos.
“El estudio del envejecimiento biológico permite, por ejemplo, identificar a personas que tienen una edad biológica mayor a la cronológica. Aunque, a veces, esto puede ser obvio ante el estilo de vida sedentario, el tabaquismo, la obesidad y el estrés, lo cierto es que existen muchos determinantes que no se ven y que pueden desencadenar envejecimientos acelerados. Es una combinación de ambas cosas, porque los genes determinan la vulnerabilidad del sujeto pero el estilo de vida podría modificar el rumbo”, postula Kotliar.